Hace unos días comencé a pensar en mi persona detenidamente.
Tengo veintidós años, lo cual me hizo sacar cuentas y llevo aproximadamente siete/ocho años con mis problemas anímicos, y dos/tres años estando consciente de que, básicamente, tengo depresión.
Con esos números en la cabeza, no pude evitar pensar en lo triste que es mi existencia: No estoy haciendo absolutamente nada de lo que me gusta, e incluso ni siquiera sé que es lo que quiero exactamente para mí; en este punto en el que vivo el día a día de manera rutinaria, ni siquiera pensar en lo que me apasiona me motiva para continuar con mis escritos pendientes o en ponerme a curiosear para aprender algo nuevo... Eso sí, el simple hecho de estar en activo ha hecho que no me sienta tan inútil.
"Tan", que conste.
Porque, no importa lo que pase o lo que haga, siempre tengo esa sensación de que todo lo que hago no es suficiente. Sensación que he tenido por ya diez años.
Más desalentador que todo lo antes mencionado es que mi método de supervivencia ha sido... no pensar en ello.
Todo está guardado en algún rincón de mi cabeza, cientos de libretitas con recuerdos escritos en ellas, muchas tan carcomidas por su nulo uso, unas pocas algunas veces abiertas descuidadamente para ser lanzadas alrededor del lugar al darse uno cuenta de lo que realmente son. Está ahí, cierto, pero si no se ve, no existe. O algo así.
Mi secreto de la felicidad es ignorar. Ignorar y sonreír.
Aunque después el recordar sea más doloroso que la herida inicial., ¿qué importa?, vuelvo a ignorar y el círculo vicioso continua.
No hay comentarios:
Publicar un comentario